Ya es un lugar común afirmar que estamos viviendo un
profundo proceso de transformación social, que modifica tanto los modos de
producción como las relaciones sociales, la organización política y las pautas
culturales. Más allá de todas las discusiones acerca del futuro de la sociedad,
donde se suele caer en la dicotomía entre un optimismo ingenuo en la capacidad
de progresar hacia la solución de todos los problemas a partir de la
potencialidad de las nuevas tecnologías y un pesimismo catastrofista, que augura
ya sea el retorno a formas medievales de organización social o, peor aún, la
destrucción de gran parte de las formas de vida actualmente conocidas, existe
un consenso general en reconocer el papel central que tendrán el conocimiento y
la información. Este consenso reconoce que el principal factor productivo del
futuro no será ni los recursos naturales , ni el capital, ni la tecnología,
sino el conocimiento y la información. Este nuevo papel del conocimiento y de
la información en la determinación de la estructura de la sociedad está,
obviamente, vinculado a los significativos cambios que se han operado en lo que
se ha dado en llamar las nuevas tecnologías de la información. Estas nuevas
tecnologías tienen una importante potencialidad de cambio porque permiten
acumular enormes cantidades de información, brindan la posibilidad de
transmitir dicha información en forma inmediata y permiten superar los límites
físicos y espaciales para la comunicación. La utilización de las nuevas
tecnologías ha provocado modificaciones en nuestras categorías de tiempo y de
espacio y nos ha obligado a redefinir incluso el concepto de realidad, a partir
de la posibilidad de construir realidades “virtuales”. Estos cambios abren
importantes problemas e interrogantes de orden epistemológico, cuyo análisis
está recién comenzando. Estos cambios en el papel del conocimiento en la
sociedad no determinan destinos ya prefijados. En definitiva, lo único que
parece cierto es que si el conocimiento y la información son los principales
factores de producción, esto significa que el acceso a las fuentes de
producción y distribución de conocimientos y de informaciones será el centro de
las pugnas y de los conflictos sociales del futuro. Algunos de los conflictos
actuales ya anticipan este escenario. Así, por ejemplo, las discusiones sobre
relaciones comerciales internacionales ya se concentran no tanto en volúmenes
de intercambio o en las tasas de impuestos, sino en el problema del copyright.
Algunos de los principales debates sociales contemporáneos son debates de
problemas cuya explicación y solución exige una significativa densidad de
conocimientos e informaciones para su comprensión por parte de los ciudadanos y
de los dirigentes políticos: los problemas del medio ambiente, enfermedades
como el SIDA o el fenómeno de la llamada “vaca loca”, los ensayos nucleares,
etc. En definitiva, la idea sobre la cual quisiera ubicar el análisis de las
nuevas tecnologías de la información es que la configuración de la sociedad
estará determinada por la forma como socialmente se distribuya el control de
las fuentes de producción y de distribución de información y conocimientos.
Algunos análisis provenientes de sectores vinculados
directamente a las nuevas tecnologías pregonan la masificación de su
utilización como la solución a los principales problemas de la humanidad. El
problema es que estos enfoques tecnocráticos ignoran la complejidad de los
procesos sociales. Si el conocimiento es crucial, no existe ninguna razón por
la cual su distribución se democratice por el solo efecto del desarrollo
técnico. La pugna por concentrar su producción y su apropiación será tan
intensa como las pugnas que históricamente tuvieron lugar alrededor de la
distribución de los recursos naturales, de la riqueza o de la fuerza.
En este sentido, me parece importante colocar como
punto de partida de estas reflexiones la hipótesis según la cual la evolución
de las tecnologías responde a los requerimientos de las relaciones sociales.
Esta hipótesis se contrapone a las versiones extremas de la tecnocracia
informática, que sostienen - al contrario- que son las tecnologías las que
provocan los cambios en las relaciones sociales. Por supuesto que existe una
relación dinámica entre ambos factores, pero el rol activo en estos procesos
está en las relaciones sociales, en los seres humanos, y no en sus productos.
Así, para tomar un ejemplo histórico, no fue la imprenta la que determinó la
democratización de la lectura, sino la necesidad social de democratizar la
cultura lo que explica la invención de la imprenta. Lo mismo puede sostenerse
con respecto a los medios de comunicación de masas, particularmente de la
televisión. No son ellos los que han inventado la cultura de los ídolos y de
las celebridades, que hoy predomina en nuestra sociedad, sino, a la inversa, es
la cultura de la celebridad y el espectáculo la que explica el surgimiento y la
expansión de los medios masivos de comunicación. Desde este punto de vista, me
parece posible sostener que en la evolución reciente de las tecnologías de la
información encontramos respuestas a la tensión que existe entre dos aspectos
básicos de la evolución de nuestra sociedad: el creciente individualismo y los
requerimientos de integración social. Esta tensión entre individualismo e
integración explica buena parte de las transformaciones tecnológicas, que
tienden a una utilización cada vez más personalizada de los instrumentos y, al
mismo tiempo, a un uso más interactivo.
Antes de proseguir este análisis, quisiera aclarar otro
punto importante: cuando hablamos de nuevas tecnologías de la comunicación no
nos estamos refiriendo a un solo tipo de tecnología. En estos momentos
disponemos de, al menos, tres tipos diferentes, cada vez más articulados entre
sí, pero que utilizan procesos y establecen relaciones muy distintas entre los
contenidos y los usuarios. Estas tecnologías son la televisión, el ordenador y
el teléfono. Trataré, en el transcurso de la exposición de referirme a cada una
de ellas, particularmente a las dos primeras.
Para facilitar el análisis y la discusión sobre estos
temas y, en particular, sobre las relaciones entre educación y tecnologías de
la información, me parece importante distinguir dos dimensiones distintas, pero
íntimamente vinculadas: el papel de las tecnologías de la información en el proceso
de socialización - es decir, el proceso por el cual una persona se convierte en
miembro de una sociedad- y en el proceso de aprendizaje - es decir, en el
proceso por el cual la persona incorpora conocimientos e informaciones. Es
interesante constatar que los juicios que se emiten habitualmente sobre estas
dos dimensiones de la relación entre tecnologías y educación suelen ser
opuestos. Mientras desde el punto de vista de la socialización, las nuevas
tecnologías - particularmente la televisión- son satanizadas y percibidas como
una amenaza a la democracia y a la formación de las nuevas generaciones, desde
el punto de vista del proceso de aprendizaje son percibidas utópicamente como
la solución a todos los problemas de calidad y cobertura de la educación. Estas
visiones, aparentemente opuestas, se apoyan en un supuesto común, según el cual
el papel activo en los procesos de aprendizaje y de socialización lo juegan los
agentes externos, en este caso las tecnologías de la información y sus
mensajes, y no en los marcos de referencias de los sujetos, a partir de los
cuales se procesan los mensajes transmitidos a través de las tecnologías.
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